El perfume es un libro algo grotesco en su apariencia pues destaca elementos importantes que a nuestros ojos son algo escalofriantes. La vida en siglo XVIII era algo difícil, importaba poco la vida de las personas, si alguien moría no pasaba nada, siempre habían muchas personas que existían para reemplazarlo y subsistir. Algo debemos resaltar de nuestra actualidad, la vida de un ser humano es lo más importante, si alguno llega a morir, se estudia su muerte y se le hace un funeral.
Si nos situamos en el personaje, nunca está a gusto y una vez conseguido su objetivo no le da importancia, o bien, al fin queda tranquilo.
Quizá los olores evoquen el privilegio de la invisibilidad. Antes del tacto, sucede el olor, como mensajero de una esencia que sabe desaparecer en el aire y ser agente de un gran poder. Jean-Baptiste Grenouille tiene su marca de nacimiento: no despide ningún olor y por ello hace temer la presencia de algún demonio. Al mismo tiempo posee un don excepcional: un olfato prodigioso que le permite percibir todos los olores del mundo. Desde la miseria en que nace, abandonado al cuidado de unos monjes, Jean-Baptiste Grenouille lucha contra su condición y escala posiciones sociales convirtiéndose en un afamado perfumista. Crea perfumes capaces de hacerle pasar inadvertido o inspirar simpatía, amor, compasión... Para obtener estas fórmulas magistrales debe asesinar a jóvenes muchachas vírgenes, obtener sus fluidos corporales y licuar sus olores íntimos. Su arte se convierte en una suprema e inquietante prestidigitacion. Patrick Süskind, convertido en maestro del naturalismo irónico, nos transmite una visión ácida y desengañada del hombre en un libro repleto de sabiduría olfativa, imaginación y enorme amenidad. Su persuasión iguala la de su personaje y nos propone una inmersión literaria en el arco iris natural de los olores y en los turbadores abismos del espíritu humano.
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